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Aterradores mundos infantiles: La cinta blanca (Das weisse Band, 2006), de Michael Haneke


Hanecke nos confía al maestro para que nos narre la historia ocurrida en la pequeña comunidad de Eichwald. Eso me gusta, porque en seguida vemos que el maestro es un personaje íntegro, un honrado miembro de la comunidad que aspira a casarse con Eva, la joven institutriz de los condes. Eso ya es algo si se trata de ponerse en las manos del terrorífico Hanecke. Una promesa para sobrevivir o salir tal vez indemnes

“La cinta blanca” es un cuento o romance sobre unos episodios extraños y violentos que suceden bajo el terror de los niños de Eichwald. Desde luego, todo esto suena un poco más terrorífico que cualquier película de niños con encanto, “El pueblo de los malditos” o “Los niños del maíz” por ejemplo. Pero claro, siendo Hanecke no nos vamos a esperar a Harry Potter.

En este cuento hay lógicamente una reflexión moral: toda comunidad que reprime sus instintos se verá condenada a asistir al regreso de esas sombras con mayor violencia. La cinta blanca que el pastor impone a sus hijos como castigo y que simboliza la pureza, contiene una sombra o mácula que se imprime de forma fatal en el alma de esos niños. Ellos, obligados a portar este símbolo de pureza, se ven obligados a limpiar todo rastro de corrupción que exista en su comunidad. Todo esto se intuye o se sugiere, claro. Pues a Hanecke le gusta que sea el espectador el que saque sus conclusiones. “Verfremdungseffekt” o distanciamiento, lo llamaba Bertolt Brecht, uno de los guías del director austríaco. Se nos muestra con este paisaje toda una geneología del mal de una civilización que será pronto desvirgada por la catástrofe de la primera guerra mundial.

A nadie se le escapa el componente de denuncia que hay en este cuento: en el reflejo de una sociedad obsesionada por la idea de pureza, enormemente jerarquizada y subordinada a una férrea religión, vemos esa terrible sombra que condujo a Alemania a los años oscuros de la República de Weimar y el Tercer Reich. La Alemania previa a la primera guerra mundial contenía la simiente enferma que perturbaría el alma de una nación. Hanecke sigue la estela de otros autores como Thomas Bernhard o Elfriede Jelinek, que exprimen este conflicto continuamente en sus obras,y que otro fustigador como Fritz Zorn también denunció en su “Marte”.


Hay imágenes de enorme dureza como la del niño retrasado torturado (imagen del inocente castigado para expiar una sociedad malvada), la rebeldía inútil de los campesinos ante el poder del barón, o la brutalidad con la que el médico trata a su amante (una vez más, en otro miserable papel interpretado por la finada Susanne Lothar). Hay veces que esa violencia es más manifiesta en la medida que se nos oculta. Ya ocurrió en esa barbaridad de film que perpetró Hanecke llamado “Funny Games” (1999?) y ocurre de manera menos descarnada en “La cinta blanca”: asistimos al castigo que somete el pastor a sus hijos desde un pasillo con la habitación cerrada. Oyendo los golpes de la fusta que resuenan a través de la puerta. Hanecke en estado puro.
Sin embargo, no es en esa exposición histórica donde reside, a mi juicio, el mayor valor de este cuento. Al fin y al cabo, no deja de ser sólo una reflexión moral o psicológica que podríamos contarnos mejor cualquier otro, ¿tal vez Freud?

Pues hay también imágenes bellas, de cierto tono poético, que hacen de esta película algo más que un morboso retrato de una sociedad. Hay un aire de inocencia, tal vez de redención, en algunas escenas y personajes. Algo de nobleza en medio de la podredumbre espiritual.

Me gusta el gesto de rebeldía del niño ante la sencilla y sincera explicación de la muerte que le ofrece su hermanasta.

El cándido atrevimiento del hijo pequeño del pastor pidiendo poder cuidar de un pájaro herido, y ofreciéndoselo al padre luego como regalo.

El temor de Eva a ser mancillada por su prometido en el lago.

Son esos pequeños momentos que toda historia debe guardar. Las caricias después de los golpes que nos asesta Hanecke. Una pequeña habitación donde zumban las moscas y lavan el cadáver de una mujer.

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