"No podía mirar la televisión ni hojear revistas, en todos los anuncios de perfumes o de microondas siempre se ve lo mismo: una mujer esperando a un hombre"
(...)
"En una ocasión, tumbada boca abajo, me masturbé, y me pareció que era él quien gozaba".
Una narración breve curiosa y muy sincera sobre una mujer (la propia Annie Ernaux, al parecer) que vive una pasión con un hombre casado, y se obsesiona con su recuerdo y su ausencia. Al hombre lo desconocemos, salvo por breves pinceladas y algunas confidencias sexuales ya que solo asistimos al monólogo de la mujer, que vive esclavizada por esa pasión, que la absorbe y la anula, a la vez que la invade como un tumor maligno. Vive esa pasión como un lujo, devora el recuerdo del hombre con gula, ojos, cuerpo, sexo, olor... adiós, hombre, adiós.
Annie Ernaux parece pertenecer a esa saga de escritores franceses que hacen de la brevedad un don, sin meandros ni capas de retórica o maquillaje. Como Emmanuel Carrère o el cineasta Haneke, son como cirujanos examinando con placer el corazón latiendo desnudo, bombeando ciegamente la sangre. Aunque ni siquiera Ernaux necesita coartadas biográficas: le basta con arrancarse un trozo de su vida como el que arroja un pedazo de carne en la tabla de cortar. Ella no juzga su vida o sentimientos (y tampoco deberíamos hacerlo los lectores) sino que los expone públicamente, sin reservas, casi desnuda, excepto por los discretos ropajes que nos da la literatura, incluso la más confesional.
Sus heridas son como ventanas abiertas donde lectores como nosotros hurgamos, exploramos. Hay algo de mirón en el lector, con su fascinación infantil por los cuerpos desnudos. ¿No creéis?
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