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Arde Sevilla: Niño de Elche en el Teatro Lope de Vega

Foto: oscaromi

Septiembre de 2018. Aún resuenan los alaridos de la ortodoxia. Los ayatollahs del flamenco puro. Purísimo como la Virgen María. Ave María Purísima sin pecado concebida. Una fatwa contra el Niño de Elche que se atreve a escupir contra el libro sagrado del flamenco. Leo al crítico del ABC que aún tiene pesadillas con la actuación del Niño de Elche. Yo estuve ahí, y si el rey estaba desnudo es porque literalmente se desnudó. Solo eso. Por lo demás, a mí me gusta que un artista me descoloque, me hiera o me vulnere. Que rompa mis esquemas si hace falta. Que me desnude o me ultraje con el cante o con los versos. Y el Niño de Elche me descoloca, me desnuda y me emociona por momentos. Él se caga en la ortodoxia, escupe herejías, blasfema y se ríe de la caspa y rancia sevillanía (los Antonio Burgos, Zoido). Incendiario, indómito, salvaje, terrorista, Francisco Contreras es una fuerza que hermana en espíritu el flamenco (la fuente de la que parte, la leche que ha mamado) con los horizontes amplios donde conviven el metal, el ruido, el rock progresivo, los melismas de Tim Buckey, Lola Flores o el "antiflamenco" Eugenio Noel. Su arte está vivo porque no se deja apresar por cánones y ortodoxias. Como una serpiente, cambia de piel. En directo, recrea. No se va a escuchar, sino a vivir una experiencia. Y, sin embargo, su compromiso con la música lo aleja del banal experimento artístico. Solo muere lo que no evoluciona. Solo está vivo lo que fluye, lo que mana de la sangre caliente del flamenco. Seguid encerrando el arte en vitrinas de cristal. Asesinemos (y habla un ignorante del cante y música flamenca) a Morente, Camarón, Paco de Lucía, Manolo Caracol o Pepe Marchena. Quedémonos con las tonás, con el polo y con las cañas. Encerremos la vida en los museos; en zoos nuestra vida salvaje.

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