Foto de Santi Rodríguez Muela en https://www.flickr.com/photos/smuela/
De tanto explorar las posibilidades del yo como materia literaria (el yo como ficción), Enrique Vila-Matas ha acabado olvidándose de las nociones más elementales con la que se edifican las novelas. El yo como ejercicio de autoficción que tanto juego y posibilidades humorísticas ha dado en la obra de EVM deviene en “Marienbad eléctrico” en pura digresión, donde el yo vilamatiano, como esa voz en off que nos adormecen en los museos, da vueltas sobre sí mismo, deambulando como un sonámbulo por el espacio de la novela, en una desesperada búsqueda de sentido a su arte, a sus fuentes. Y es que tanta exposición del yo (“exponerme a mí mismo”, decía Rimbaud) no deja de producir efectos secundarios.
A través de un diálogo con la artista Dominique Gonzalez-Foerster (DGF, coautora de las notas en el epílogo del libro) y su instalación rimbaudiana “Hotel Splendide”, Vila-Matas reflexiona sobre algunos temas que ya estaban presentes en su obra y de forma evidente en su anterior y más lograda novela “Kassel no invita a la lógica”: el maridaje y pasadizos entre la novela y el arte (“ella es una escritora sin gabinete… yo soy un cineasta sin obra”), la fragmentación e intertextualidad de la obra literaria (solo que en vez de citas y referencias literarias, aquí cree utilizar hasta materiales de derribo) y las posibilidades –infinitas, parece creer EVM- de la novela. Esta reflexión sobre el arte de la novela o ‘novelética’ y su capacidad para forzar o quebrar sus límites parece tener la bendición de la propia DGF y la justificación de artistas como Duchamp, Godard (“permitírnoslo todo”) o el escritor y guionista de “El año pasado en Marienbad” Alain Robbe-Grillet y su fascinación por lo incomprensible. A mí, más que un juguete rabioso, esta novela me ha parecido un juguete roto.
Otra cuestión afín a las libertades de la novela sería plantearse si existe una especie de deontología del novelista. Siento parecer un comisario de la Rusia estalinista, pero en su convencimiento de que el arte lo puede todo, Vila-Matas (y su editor Seix Barral-Planeta) no han querido presentar el libro como un ensayo (o ensayo literario a la manera de los opúsculos de Peter Handke o la novela híbrida de W.G. Sebald), sino que la han fingido novela, aunque abierta, como si de una instalación artística se tratase, a otros espacios, mutaciones, desplazamientos, conversaciones, digresiones y resignificaciones (“me gusta que me pregunten si estoy seguro de que se trata de una novela”). El resultado es, para espanto de cualquier lector clásico de novelas, una obra con dos personajes o voces (el yo narrador del propio EVM y el de DGF), sin trama, ni linealidad, acción o narración. A mí, como lector, ese espacio de libertad se me antoja vacío, sin sustancia, gris o exangüe. La novela futura convertida en ‘objet-trouvé’, que permite una blanca contemplación a través de una vitrina, sin que los dedos amorosos de un lector profanen la carne del libro, desenreden el texto, el tejido con el que se narran historias.
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