Manuel Vilas saca el polvo de las carreteras infinitas con sus cantos eléctricos al yo y al amor. Gran Vilas conduce enfebrecido por las rutas que unen a Whitman o Emerson con Johnny Cash, Bob Dylan, Leonard Cohen o si queréis también Lou Reed y los escupitajos anarquistas del punk. Todos jóvenes, todos muertos, golpeando sus huesos contra el asfalto, quemando su juventud a la velocidad del amor. Porque ese Gran Vilas al que se rinde culto en el libro no es más que la fuerza rebelde, alegre y maldita del Yo capaz de mirar de tú a tú a los dioses, un canto beodo de amor capaz de rivalizar con su luz de tinieblas lo celestial, de galvanizar con su corriente eléctrica y su energía voraz tantas servidumbres innecesarias sacando a empujones contra la cuneta al redentor, a Dios y al mismísimo Diablo. Solo cabe esperar que los dioses enfurecidos no castiguen esa hibris poética, ese canto borracho de autoafirmación y Gran Vilas pueda seguir volando con su luz cegadora, máquina sin frenos lanzada al abismo del amor y la destrucción.
El temor que compartimos muchos de los que sufrimos vértigo no es el de caernos de una gran altura, sino el temor a saltar. Saber que no hay ningún obstáculo físico que te lo impida, salvo ese diminuto espacio donde se aloja la razón, el sentido común o el afán de supervivencia. Lo primero que sabemos de Raymond es que, cuando era pequeño, un día que es dejado sólo en casa por sus padres, se ve tentado a explorar esa posibilidad, y se lanza desde el balcón fracturándose varios huesos. ¿Qué motiva a Raymond a saltar? Nada, sólo agotar esa posibilidad. “La desaparición” de Tim Krabbe es la novela que narra la desaparición repentina en una estación de servicios de Saskia, la novia de Rex, y la obsesión de éste por saber qué ocurrió. Sólo sabremos lo que ocurrió cuando conozcamos al oscuro Raymond, un profesor perfectamente integrado en su vida familiar y social, pero obsesionado con en realizar un acto monstruoso desde el día en que se convierte en héroe casi involuntari
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