“Cuando nos queremos dar cuenta, no tenemos personalidad
propiamente dicha que estudiar, sino una colección de cuentros, una narrativa
tras otra, debajo de las cuales no hay personas”
“Ventajas de viajar en tren”, la primera novela que ha caído
en mis manos de Antonio Orejudo, es un relato audaz sobre personajes
paranoides, esquizofrénicos, que trastornan su personalidad hasta extremos
inhumanos (como la terrible historia de
la mujer convertida en perro por su marido en “Depresión postesquizofrénica”),
o se rinden al culto de la mierda (la coprofagia del marido de Helga Pato o el
vínculo entre la coprofilia y un accidente de avión) o a las montañas pestilentes
de basura.
Abunda como habréis imaginado el tono humorístico, de
comicidad bufa y distanciamiento irónico (dando pie a un juego con la idea del
relato, de la impostura y simulación, y la enfermedad) en una estructura
circular, con abundantes registros (cada uno de los excéntricos personajes), y
profanaciones varias (todo cae en el ridículo y profanación en algún momento,
donde no se libran ni los críticos literarios).
El disfrute estará garantizado si se lee esta novela corta
como un juego de imposturas, de relatos dentro de relatos (un relato
propiamente esquizofrénico que, en la medida de los relatos clásicos –desde las
Mil y Una Noches a Cervantes-, las historias se funden y encabalgan) o una
reflexión divertida sobre la propia naturaleza del relato (las personas o sus
máscaras no son más que una colección de cuentos o una sucesión de relatos se
dice aquí). Sin embargo, no es, a mi juicio, su mayor valor, teniendo en cuenta
que otros escritores han jugado tal vez mejor (o peor, en ocasiones) a este
juego de la simulación y la impostura. Tal es el caso de Enrique Vila-Matas o el
genial Paul Auster de “Historias de Nueva York”.
El mayor placer está en la primera historia (la más larga),
llamada “El casamiento engañoso” por su humor delirante, escatológico,
cercano a lo carnavalesco en su sentido de la inversión, entre lo bufo (esas
croquetas saltando por los aires contra la cabeza del desgraciado soldado al
que acaban de expulsar) y lo absurdo. Un humor que funde lo alto con lo bajo,
lo sagrado con lo profano, la muerte y la defecación, el acto cotidiano de
alimentarse y el arte ridículo de morir (“no hizo otra cosa el hombre hasta que
la muerte se lo llevó una tarde, después de merendar, en plena actividad
observadora”)
En las otras historia hay un tono que puede rozar lo
grosero, o tal vez nos incomode el tono sacrílego, y sintamos una especie de
culpa por no haber echado en falta algo de humanidad en esas vidas delirantes.
La misma distancia que vemos entre las películas de Álex de la Iglesia y las de Chaplin. O
que ese humor escatológico encuentre los finos hilos que conecten con los
sagrado... hilos de mierda tal vez, en el caso de Antonio Orejudo
Comentarios
Publicar un comentario