Sonaron campanas, Houellebeck se sacó el pene y empezó a
rociar de semen a los presentes. El “mapa y el territorio” es un artefacto del
que manan gotas de inteligencia, astucia, y visiones ácidas de nuestra sociedad
deformada por el consumo. Un tablero de
ajedrez donde cada movimiento de las piezas (ya sea el amor, la muerte o la
autodestrucción del peón) se rige por reglas impuestas en ese hábitat. Así, queda
el hombre siempre lastrado, impedido en su realización como ser humano, incapaz
con sus actos de relacionarse plenamente con otros seres.
Y en esa asunción de los lectores de ese objeto que es el
libro de Houellebecq se colma la ironía de esta sociedad deformada por el
consumo.
La marca Houellebecq (aquí también convertido en objeto, esta
vez como personaje de esta novela, en un acto de ironía metafísica más que
metaliteraria) vuelve a convertirse en un chorro iluminador para críticos
ilustrados, prestigiosos miembros del jurado Goncourt y mercaderes de libros
(tal como imagina el propio semental, siguiendo al Flaubert de “La educación
sentimental” y bajo el filtro tal vez del Pierre Bourdieu de “Las reglas del
arte”)
Eliminar un libro así es un duro golpe para cualquier lector
que quiera estar formado en el zeitgeist literario. Un acto así sólo puede ser
visto como una traición, el magnicidio literario, o la muerte del padre.
Pero “El mapa y el territorio” es un pene largo, pero que no
sirve para dar placer. Ni siquiera para
mí, educado en estas imposturas.
188 páginas de 376, un corte justo por la mitad. El pene de
Houellebecq sesgado en dos.
Le possédé M.H.
Encontré este blog de casualidad. Enhorabuena por la entrada. No me equivoqué.
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